¡Que vivan los estudiantes!

Me encuentro sentado a una de las mesas de este café universitario. A mi alrededor, veo a todos los jóvenes ser lo que ellos son: «¡jóvenes!».
Ríen, bromean, toman el té de la tarde. Algunos prefieren un rico y caliente cafecito; otros, una limonada, una gaseosa, un jugo de frutas en cuyos vasos transparentes el antojo no tiene límites.
En cambio, hay quienes no comen ni beben nada. Prefieren sentarse a conversar o a fumar o a estudiar o a escuchar música en esos pequeños aparatos llamados I-pod o MP4.
Ver tanta tranquilidad me baña de juventud. Libros y cuadernos sobre la mesa, lápices y bolígrafos en desorden. Pero eso no les afecta. Es parte de ellos.
Al frente de donde me encuentro, dos señoritas –coquetas de belleza infinita– intercambian sobre la mesa vaya a saberse cuántas cuitas de amor travieso. Lo noto cada que sus miradas cómplices se encuentran una con la otra. Pero aparto la mirada cuando me doy cuenta de que notan mi presencia.
Eso y más, en este café universitario, es juventud: un arcoiris dentro de un recuadro, donde las libertades de soñar para sí y en conjunto halla su cenit con sólo mencionar una palabra: «¡Estudiantes!»
Posdata: ¿Y qué sucede cuando alguien extraño llega a donde ellos se encuentran y perturba esa paz, esa tranquilidad, esa autonomía en la que ellos viven?
¡Ajá!
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